Photo by EFRÉN HERNÁNDEZ ARIAS

HENSLI RAHN SOLÓRZANO

Fiction

 

La Guaira 1989

LA GUAIRA 1989

 

THE WONDER TWINS, my dad and Uncle Calixto, pulled one of their quietos. Going behind the backs of the rest of the clan, they bought a watch store called Lil’ Venice in the middle of Caribe boulevard. There were two stages to the heist. Number one, insuring the store for big bucks with the insurance company where my uncle was a broker; and number two, self-robbery. The first one went off without a hitch: they declared loads of merchandise they didn’t have, an inventory of Sony products that were really Coby, and so on and so forth. The second phase was more of a work of inspiration. During a full-moon night, they pried open the security door. Destroyed the shelves, smashed the register with a sledgehammer, and scattered broken glass with their feet, making a trail to the little washroom at the back. The Coby watches disappeared, and the Twins left a dog turd on the counter as a little touch of madness. This only to show the authorities—a female officer from the Policía Metropolitana, shades, curly hair, who filled out a report on the crime the following morning—that criminals had, literally, shat on justice. “Fetid crew of robbers terrorizes Lil’ Venice,” headlined Litoral. 

The epilogue to the job was just a simple I’m here to collect. The Wonder Twins exited the insurance company elegantly dressed, laughing their asses off, and with Uncle Calixto keeping the cheque tucked in the shirt pocket against his heart. That was the spot against which a woman pressed the barrel of her .38 Colt just across the street and in broad daylight. They were again facing that curly haired cop, only this time she was wearing the hot pants of a civilian. What can we do for you? my tío said, testicles at his throat like a bow tie. You left a footprint, you fags. Calixto had worn no-name loafers. Fuck, my Adidas, Dad spat out. You mean your Fake-didas, said the cop. I saw a shit stain in the tiny washroom at the back: the five lines of the logo. The Twins grew pale. Chill, I wiped it off. I’m the only one who knows what’s up. The cop put the gun back in her purse and went inside the bank with them. She made them cash the motherload. Don’t dick around, she told my uncle every time he moved the wrong way. Then they stepped outside on the sidewalk like three old friends, kissing each other goodbye. She pocketed the wad of cash and disappeared in a roaring cloud of black smoke, waving goodbye from her Yamaha bike with no license plates. 

Motherfucking whore, wept Dad. He undid a couple buttons of his shirt and squeezed his rosary. How the fuck am I gonna bring a single loaf of bread to the house now? Calm down, said Calixto. He showed him the inner pocket of his blazer, where he’d kept a tiny share of the lost bounty. Didn’t give her all of it. But I should give you shit-all for being such a stupid fuck. My dad sniffed back his boogers, shrugged his shoulders. How can you be so dumb, you douchebag? While handing my dad some cash, Calixto let him have it: I’ve told you twenty-thousand times already, chico, fake stuff is more expensive in the end. Single and old, Calixto hated with all his guts everything money couldn’t buy. My father was on that list since he, unlike tío, had a heart. Even his worst fuck-ups had the secret purpose of making us—my mom, my brother, and me—happy. God bless him wherever he may be. Really needing the money in those grim times, my dad counted his cut. With it, he’d do some real grocery shopping—the last time we’d see as much food in our house—and lose the rest betting on the horses. But he didn’t know that back then. All he had in his chest was a rosary of gratitude because at least algo had remained from that charade.

Now, that woman is carne muerta, said Calixto, while flipping through his red address book. Both brothers had bad attitude to spare, given they were friends with plenty of former guerrilleros—cats trained in Romania, in China. People who sliced people’s throats and would then have the gall to resurface the following morning in disguise somewhere in the Middle East. Cells that would hang dogs from lampposts in order to spread the message. That old Mercenary University of South America—. However, my dad and uncle never had to go that far. From the very beginning, the Wonder Twins’ thing was only to become Pimps of the System. For them, holdups were little acts of justice like those of Machera, Robin Hood of the Andes. But in the end, life stopped finding their little pranks funny. So this time it was going to be different. Aló, Tío Tigre? Calixto spoke in code with a contact through a payphone. My dad left him alone while he talked. He didn’t pursue the matter again and went back to his business. Several days later, an obituary appeared in the newspaper. On the back page of Litoral, you could see a deflated mane of curly hair all smothered in black sauce and a pair of cheap Raysol shades to its side, intact. 

 

Translated by Daniel Narváez 

LOS GEMELOS FANTÁSTICOS, mi padre y tío Calixto, tiraron un quieto de rutina. A escondidas del resto de la tribu, compraron un negocio de relojes llamado Pequeña Venecia en pleno bulevar del Caribe. El procedimiento consistía en dos etapas. La número uno, asegurar la tienda por un dinero gordo en la compañía donde mi tío era corredor y, la número dos, el autogolpe. La primera salió de perlas —declararon bultos de merca que no tenían, inventario en existencia Sony que en realidad era Coby, y así—. La segunda fase les salió más por inspiración. Una noche de luna completa forzaron la santamaría. A mandarria hicieron trizas los estantes, abollaron la registradora y regaron el vidrio molido hasta el bañito de atrás con los pies. Desaparecieron los Coby y dejaron un mojón de perro en el mostrador como detalle descabellado. Solo para hacer ver a la autoridad —una tomba de la PM, gafas, cabello rulo, quien tomó nota del siniestro la mañana después—, que el hampa, de forma literal, se había cagado en la justicia. “Banda fétida azota Peque Venecia”, reseñó Litoral.

El epílogo del quieto consistía en un simple hola, págame. Los gemelos fantásticos salieron juntos de la compañía de seguro, vestidos bien, muertos de risa, y tío Calixto con el cheque en el bolsillo del corazón. Allí fue donde le apretó el cañón de su Colt 38 una mujer en la acera del frente, a plena luz del día. Otra vez tenían por delante, pero ahora en chores calientes de civil, a la tomba rizada. ¿En qué la podemos ayudar?, dijo mi tío con los testículos de corbata. Se les chispoteó una huella, maricones. Calixto tenía unos mocasines anónimos de suela lisa. Mierda, mis Adidas, reaccionó mi padre. Falsidas, corrigió la tomba. En el bañito de atrás vi las cinco rayas del logo en pupú. Los morochos empalidecieron. Pero tranqui, las limpié. Solo yo conozco la irregularidad. La tomba metió el hierro en su cartera y entró con ellos al banco. Los hizo cobrar la masanga en efectivo. No juegues, templaba a mi tío cada vez que se movía en falso. Luego salieron a la acera como tres amigos de toda la vida, dándose besos de chao. Entonces ella se embolsilló la panela de billetes y desapareció con un estruendo de humo negro, haciendo caballito desde su Yamaha sin placa.

Puta madre que la parió, sollozó mi padre. Quitó dos botones de su camisa y exprimió su rosario. Cómo coño llevo ahora pan canilla a la casa. Achántate, dijo mi tío. Le mostró el bolsillo interno del paltó, donde se había guardado una ínfima parte del botín perdido. Todo no se lo di. Pero un coño es lo que debería darte a ti, por ser un maldito bolsa. Mi padre se chupó los mocos, se encogió de hombros. ¿Cómo puedes ser tan ganso, marico? Mientras le portaba unos billes, lo enjabonó a maldad: Veinte mil veces te lo he repetido, chico, las imitaciones salen caro. El solterón de Calixto odiaba desde sus tripas todo lo que el dinero no podía comprar. En esa lista entraba mi padre, quien al contrario tenía corazón. Incluso sus peores burradas tenían el secreto fin de hacernos felices a nosotros —mi madre, mi hermano y yo—. Dios lo guarde, dondequiera que esté. Urgido en aquella mala hora, mi padre contó su tajada. Con ella haría el último gran mercado de la casa en años y perdería el resto jugando a los caballos. Pero eso aún no lo sabía. En su pecho solo había un rosario de gratitud porque algo había quedado de toda esa comedia.

Eso sí, la tipa es carne muerta, dijo Calixto, jurungando su libreta roja de contactos. Ambos hermanos solían ser muy revirados, porque contaban con full panas exguerrilla —turpiales adiestrados en Rumania, en China. Gente que degollaba gente, y al otro día tenía la cachaza de aparecer, disfrazado, en el Medio Oriente. Células que ahorcaban perros en postes de luz para divulgar el mensaje. La universidad mercenaria de Suramérica—. Sin embargo, mi padre y mi tío jamás habían tenido que llegar a tanto. Desde el principio, el beta de los gemelos fantásticos fue solo convertirse en Los Proxenetas del Sistema. Para ellos, tirar quietos eran pequeños golpes de justicia a lo Machera, El Robin Ju de los Andes. Por hacer ese tipo de gracias, la vida les hizo una morisqueta. Así que esta vez sería distinto. ¿Aló, Tío Tigre? Calixto habló en clave con un contacto, por el auricular del teléfono público. Mi padre lo dejó hablando solo. No volvió a preguntar sobre el asunto y volvió a sus cosas. Varios días después, el periódico se encargó de traer los obituarios. En la página trasera de Litoral apareció la melena de bucles espichada, llena de salsa negra y al lado unas gafas Raysol intactas.